*Rafael Estrada Michel
La vida de fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, cuya firma en la Constitución de 1824 acredita que murió dominico no obstante haberse empeñado en afirmar que había logrado su secularización respecto de la Orden de Predicadores, es un relato fascinante y lleno de matices equiparables a los de las mejores historias picarescas. Fue un personaje fascinante, aunque no siempre -o más bien casi nunca- digno de crédito, por su natural tendencia a la megalomanía.
A pesar de sus exilios, sus aprehensiones y su participación en dos guerras de Independencia (la de España y la de México) Mier, el eterno fugitivo, logra convertirse en diputado en 1822. Su liderazgo en las Cortes Constituyentes del Imperio, sitial desde donde conspira con éxito contra el emperador Iturbide, fue fundamental para la abdicación de este y la formación de un nuevo Congreso Constituyente en 1823.
La habilidad retórica y la imaginación adelantada por siglo y medio al Realismo mágico latinoamericano hacen de Mier una figura destacada de nuestras letras, pero también de nuestro Derecho Constitucional. Había salido muy joven de la Nueva España, tras el escándalo del 12 de diciembre de 1794 en que, al pronunciar el sermón conmemorativo de las apariciones guadalupanas, negó que estas se hubieran impreso en la tilma de Juan Diego y afirmó, para enfurecimiento del arzobispo Alonso Núñez de Haro, que los indígenas mesoamericanos habían conocido la imagen de la Madre de Cristo dibujada nada más y nada menos que en la capa del apóstol Santo Tomás a quien, en pleno siglo primero de la Cristiandad, llamaron “Quetzalcóatl”.
Desatada la ira del arzobispo, el padre Mier enfrentará exilios, cárceles y persecuciones aderezadas con una fabulosa autobiografía que es al mismo tiempo un crítico ensayo ilustrado y una espléndida guía para viajantes por la Europa Latina.
Pero no hablemos de eso sino de que hace dos siglos, veintinueve años y un día después del tremendo sermón guadalupano, el 13 de diciembre de 1823, el diputado por el Nuevo reino de León, José Servando Teresa de Mier pronunció un profético discurso acerca de la Federación mexicana. Sus credenciales como campeón del republicanismo no estaban en duda, pero enfrenta el dilema de apoyar un sistema que, según él, debilitaría al país frente a posibles amenazas europeas. Su oposición a la soberanía de los estados miembros de una eventual Federación se basaba en la preocupación de que esto conduciría a la desmembración de México o a una simulación que debilitaría la Nación.
El arcaísmo “servar”, del que proviene su nombre de pila, significa “guardar”, “observar”, “cuidar”. El padre Mier soñaba con “con-servar” la Unión de los territorios que, desde el Plan de Iguala, se consideraban parte de México. El intento le ha costado descalificaciones injustas: nuestro gran liberal ha sido tachado, precisamente, de con-servador y su federalismo moderado ha sido motejado como unitarista en todo, menos en el nombre. Es preciso reconocer, con todo, que como profeta no se equivocó: casi todas las intendencias guatemaltecas abandonaron México. Después vino Texas y, poco más tarde, el despojo del Nuevo México y la Alta California. Luego, los gobiernos liberales y postrevolucionarios se encargarían de proclamar un federalismo que en realidad era centralista: invertebración y simulación, pues. Mier no falló.
Servando, constitucionalista innato, cuestiona el uso del término “soberano” para describir a las provincias federadas, argumentando que esto podría llevar a la desunión y al abandono de la Unión. Aboga por una federación operativa y real y critica la noción de soberanía parcial que, según él, resultaría en un sistema centralista focalizado en la figura presidencial.
A pesar de sus predicciones y su oposición al sistema federal propuesto, la Constitución de 1824, impulsada por la visión de su primo el Chato, Miguel Ramos Arizpe, logra establecer un marco que aún hoy preserva la unidad de la nación mexicana. La Unión, con todo e invertebraciones y simulaciones, prevalece, brindando una nota positiva en medio de los tantos y tan lamentables conflictos contemporáneos. En retrospectiva, la figura de fray Servando emerge como la de un personaje complejo cuyas reflexiones y visiones han dejado una marca duradera en la historia constitucional de México.
*Coordinador General de Acceso a la Justicia en el PJEDOMEX; Investigador Nacional Nivel 2 adscrito a la UNAM y profesor de Historia del Derecho en la UAEMex y la Escuela Libre de Derecho.