Nuestra historia de vida está conformada por ciclos, etapas, experiencias vividas que van convirtiéndose en páginas y capítulos de un libro en el que escribimos día a día y del cual somos, al mismo tiempo, escritor, protagonista y lector. Gracias a esta cualidad, nuestro libro puede ser leído desde diversas perspectivas e interpretado de varias maneras a lo largo del tiempo. Es posible volver a cualquiera de sus capítulos para releerlos con mayor detalle y descubrir aspectos no considerados en un primer momento, entonces resignificarlos, o bien, consumar aquellas páginas que quedaron inconclusas.
Cerrar ciclos es reconocer que cada experiencia de vida tiene un punto de partida y otro de llegada, esta última marca el comienzo de una nueva etapa a la que arribamos con mejores referencias, fortalecidos y maduros para continuar la maravillosa aventura de vivir. Es también, tomar conciencia de aquellos aspectos oscuros de nuestra vida y detener el círculo vicioso de repetir patrones de conducta no deseados que nos llevan al mismo sitio de sufrimiento, culpa o invalidación.
Dejar ciclos abiertos o negarse a cerrarlos nos limita en seguir adelante, anclándonos al pasado con cargas de insatisfacción, frustración, melancolía y resentimiento. Tales cargas impiden reconocer lo valioso y trascendente de la experiencia, limitando el contacto con los recursos ganados gracias a lo vivido.
¿Cuándo debemos cerrar ciclos? Cuando un hecho no deseado se repite, cuando nos encontramos atrapados en una sensación de malestar, apegados a relaciones afectivas que han terminado sea por muerte o separación, cuando estamos aferrados a recuerdos estériles, rumiando sentimientos de odio, albergando esperanzas sin sentido, anclados en un pasado oscuro o añorando momentos maravillosos que no son más. Cuando tomamos consciencia de que nos encontramos en un atolladero, atrapados en un punto que nos impide avanzar y crecer; cuando dejamos de vivir plenamente el presente, entonces es momento de hacer un cierre.
Cerrar un ciclo significa soltar, dejar ir, despedirse, liberar y liberarse. Es concluir un capítulo, dar vuelta a la página del libro de nuestra vida para escribir un nuevo comienzo. Es mirarnos con dignidad y emprender el camino de retorno hacia nosotros mismos para retomar el hilo de nuestra historia y abrazar la oportunidad de reconocernos, reconciliarnos y recrearnos.
Emprender un proceso de cierre de ciclos supone hacer un alto en el camino, reconocer dónde nos encontramos en relación con nuestros proyectos, ideales y valores. Cerrar un ciclo sólo será posible partiendo de la realidad tal cual es; contactando con los sentimientos que albergamos; asumiendo la responsabilidad de las elecciones tomadas, renunciando al afán de culpar a alguien o a algo más; reconociendo con humildad nuestras limitaciones, abandonando la idea de omnipotencia; incluyendo e integrando en lugar de excluir y confinar. Como todo proceso, requiere de compromiso y determinación para perseverar y consumarlo.
Habremos cerrado un ciclo cuando experimentamos la gratitud. Cuando somos capaces de agradecer a las personas con quienes coincidimos y decidimos estar, porque a través de ellas tenemos la oportunidad de conocernos mejor; agradecer los cambios que se suscitan y que aportan aprendizaje; agradecer el camino sinuoso y de incertidumbre que garantiza el crecimiento personal; agradecer el amor que somos capaces de dar y de recibir.
Al hacer una relectura de nuestra historia, con una mirada agradecida, se abre la posibilidad de vivir un presente en plenitud.
Cuando cerramos un ciclo, agradecemos, resignificamos y, entonces, llega la paz.