Muchos conocen a Alfonso Pérez Fonseca por su libro “Derecho Jurisprudencial Mexicano” (Porrúa, 1998), como especialista en Jurisprudencia y catedrático de la Escuela Judicial, pero pocos saben de su pasión por la pintura y las artes plásticas.
El artista nos platica que pinta desde niño. A los 5 años dibujaba bases espaciales, cohetes y temas de ciencia ficción, pues soñaba con ser astronauta; más tarde le dio por hacer paisajes de todo tipo y cosas un tanto surrealistas. A los 11 años de edad, gracias al persistente reconocimiento de su abuela paterna, Bertha González Maass, empezó a pintar con más seriedad y no como un mero pasatiempo: -“fue gracias a mi abuela que me la creí, y nunca sabré si es que yo traía realmente algún talento para el arte o ella me lo inventó de tanto decirme”- nos cuenta.
Nunca tomó clases, sino hasta los 29 años, cuando fue alumno del famoso pintor Luis Nishizawa Flores, con quien estudió técnicas y procedimientos de la pintura durante 5 años (1997-2001); aprendiendo encausto, acuarela, óleo, pastel y varios tipos de temple, principalmente y siempre de elaboración artesanal, en vez de usar pinturas comerciales. De ellas, su favorita es el temple, técnica medieval como la utilizada en los murales que hoy engalanan nuestro Palacio de Justicia y la Escuela Judicial, bajo la firma del Mtro. Alfredo Nieto, también ex-alumno del Mtro. Nishizawa.
Desde el año 2000, el Mtro. Pérez comenzó a incursionar en arte digital, de nuevo como autodidacta, utilizando más de 10 programas para computadora. De esta vertiente destacan sus trabajos con geometría fractal, en las que juega con fórmulas matemáticas y paletas de colores, para más adelante y hasta el día de hoy, fusionar esas imágenes con otras de corte abstracto, surrealista y figurativo, dando vida a paisajes fantásticos, explosiones de colores y mundos oníricos e imposibles que parecen provenir de otros planetas y universos paralelos; mundos que hoy nos regala* a través de sus creaciones, en las que, al igual que en el Derecho, el Maestro busca la belleza que subyace en los equilibrios y las armonías que hay y debe haber en todo lo que nos rodea.